Sueños que no debería contar a Sigfrid (II)

Estoy tendido en un sillón, o sentado, no se, en todo caso, no estoy de pie. Una señora de la quinta edad entra en la sala donde estoy tendido, o sentado, y se acerca contoneándose. Si la simple idea no me repugnara pensaría que me intenta seducir. La señora confirma mis sospechas cuando se lanza como un obús hacia mi bragueta, que, oh diablos, esta abierta. La señora me recuerda a un salmón remontando el río. Tras un par de enérgicos saltos, se introduce por mi bragueta y desaparece. Puedo aceptar que sobre espacio en mis calzoncillos pero esto me parece excesivo. Me pongo de pie y me abrocho la bragueta como si no pasara nada, como si señoras mayores se me metieran por la entrepierna a diario. Un hombre que se parece a Chuck Norris entra en la estancia y me da una tarjeta de presentación. Según la tarjeta, es Nietzsche. Ahora se parece a Bufalo Bill. Cuando intento hablar con él descubro que solo usa un vocablo: Zaratustra. Mantenemos una conversación de más de media hora en la que recibo unos miles de Zaratrustas y le respondo con unos pocos: Y una puta mierda. El señor que dice Zaratustra me da una patada giratoria y caigo al suelo. Definitivamente tiene que ser Chuck Norris. Mi atacante hace chasquear los dedos y la señora mayor sale de mi bragueta con un grácil salto que de bien seguro le valdría la medalla de oro en cualquier competición atlética. La señora muy mayor y el señor barbudo se besan apasionadamente, se arrancan la ropa interior el uno al otro, calzoncillos y pañales respectivamente, y empiezan a follar salvajemente. Durante la copula el señor que decía Zaratustra se convierte en el señor que dice Oh yeah. Yo no entiendo nada y pido una pizza cuatro estaciones que me como mientras contemplo el grotesco espectáculo.

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