Solo para cuerdos
Érase una vez un individuo, de nombre poco comercial, llamado el chihuahua faldero. Comía doritos y trabajaba a media jornada, pero era, en verdad, un chihuahua faldero. Era un hombre bastante idiota, y su mayor logro, y a la vez el peor, había sido darse cuenta de ello. No es que no se valorara como es debido, en absoluto. Se tenía en tan alta estima como, según su criterio, uno podía llegar a tenerse sin verse obligado a masturbarse. En el chihuahua faldero habitaban, por consiguiente, dos entes, el hombre, el inocente que todavía se creía algo, y el chihuahua, el idiota ya bautizado y confirmado. El chihuahua llegó a la vida del hombre por casualidad. Un día, el hombre, encontró en su portal un cachorro, envuelto entre páginas editadas por Anagrama. Seducido, más por su fragilidad que por su belleza, decidió adoptarlo. El cachorro, en sus primeros días de convivencia con el hombre, le dio a este esperanzas de convertirse en un gran animal, digno de elogios, tanto propios como extraños. El hombre empezó a ilusionarse, se imaginaba así mismo paseando con semejante espécimen, poderoso, rápido y ágil como pocos. El vigoréxico animal no solo le valdría como compañía en las noches frías sino como método de defensa. Con el tiempo, el cachorro apenas creció uno centímetros. Sus mayores gestas las realizó sin bajarse del sofá. El hombre, abatido, se encontró conviviendo con un animal que no solo era feo como un recién nacido, sino que además, comía por tres y cagaba por doce. El tiempo todo lo cura,o mejor dicho, todo lo enmascara. El hombre acabó aceptando al chihuahua. Le odiaba a muerte cuando veía mascotas ajenas, algunos cabrones tenían lobos, tigres e incluso elefantes. Pero le amaba con locura cuando veía a otros necios,que como el, debían conformarse con mascotas de mierda, algunas incluso peores que la suya, como hamsters o pulgas.
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