El hombre domingo

Antes de decir palabra alguna sobre el hombre domingo, conviene explicar al lector, y a mi mismo,lo que es un domingo. De lo contrario resultará imposible encontrar sentido alguno a esto, sea lo que sea.

Los domingos son patrimonio de la nada, del nihilismo y del mandarlo todo a tomar por culo. Esto ha sido así, según el libro de los disparates, desde el día en que dios decidió tomarse un día de descanso, después de haber trabajo a media jornada durante seis días consecutivos. Dios decidió llamar a su trabajo de fin de curso hecho a prisa en la semana previa a la fecha de entrega: tierra. Y a lo que hizo el séptimo día lo llamó tocarse los huevos a dos manos. Los historiadores, gente cotilla y entrometida por naturaleza, bautizaron al séptimo día, por motivos de marketing, como domingo.
Por mandato divino los domingos son puro vacío. Son el escudo tras el que esconderte de la afilada iniciativa. Un oasis en medio del sofocante desierto de emprendedores en el que debemos guarecernos de las peligrosas ventiscas de proyectos y en el que calmar nuestra sed de ilusiones. Un salvavidas. Nos lanzaron en medio del océano sin preguntarnos si sabíamos nadar. Muchos se ahogaron ya, el resto no tardaremos en hacerlo. Y cuando nos lanzan un salvavidas lo ignoramos y preferimos limpiar el coche o hacer crucigramas antes que aferrarnos a él. No nos gusta nuestro trabajo ni nuestros hobbys, ni nuestros amigos ni nuestros familiares, simplemente nos conformamos, por inercia o por vicio. El domingo es la luz. La salvación. El sexo sin compromiso. Todo empieza los lunes, todo termina los viernes, los sábados tienen demasiadas connotaciones sociales. Los domingos somos nosotros, son puro vacío.


El hombre domingo vivía al este de un país de fronteras herméticas. Trabajaba decenas de horas semanales en una empresa extranjera, en el centro de una cosmopolita, y por lo tanto, pedante, ciudad. Mantenía una relación con una mujer de izquierdas con la que compartía facturas y tiempo libre. Se pasaba sus horas de ocio pintando retratos de gente desconocida sobre lienzos vírgenes de segunda mano. Un domingo el hombre domingo, que hasta entonces era solo hombre, tras despertarse pronto y desayunar mientras veía amanecer, llamó a su trabajo para decir que lo dejaba. Llamó a su amante para decir que dejaba que le dejara. Y avisó a un reputado pintor para que recogiera su obra y la exhibiera como propia. Cogió su pasaporte y sus acreditaciones y, tras hacerlas pedazos, las lanzó por el retrete. Le quitó la pila al reloj del salón y se puso a leer la etiqueta de un envase de zumo. Decidió que a partir de ahora, y para el resto de su vida, ya solo habría domingos.

4 comentarios:

  1. Puro vacío. Joder. Yo adoro y detesto los domingos a partes iguales. Será eso.

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  2. No se si es para bien o para mal pero como dice, más o menos, goyo jimenez: Recomiendenme a sus seguidores, y sobretodo a sus seguidoras.

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  3. Me ha encantado, sobre todo la frase de llamó a su amante para dejarle que lo dejara.

    Un saludo, Silderia

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