Salgo a la calle y empiezo a andar hacia no sé muy bien dónde. El cielo está despejado y libre de nubes pero no se ve el sol por ninguna parte. Le pregunto a un barrendero dónde se ha metido el sol. Éste, mientras vacía un contenedor de plásticos lleno hasta los topes de materia orgánica, me pregunta que de qué estoy hablando, que qué es eso del sol. Me dice que lo siente pero que no sabe hablar inglés, que mejor le pregunte a otro con más ganas de responder. Doy al barrendero y al sol por imposibles, y me voy sin despedirme, de ninguno de los dos.
Sigo andando y encuentro la calle llena de folletos de publicidad tirados por el suelo. Cojo uno al azar y veo en él algo que yo mismo he escrito en éste mismo blog. No es un texto copiado, es la fotocopia de una captura de pantalla. Si uno se fija con detalle, puede verse en la parte inferior la barra del navegador y las ventanas que estaban abiertas en el momento del crimen. Me escandalizo unos segundos ante la tosquedad de semejante campaña, publicitaria o difamatoria, todavía no lo sé, y luego lo dejo estar para seguir andando sin rumbo. Mientras me voy, llega el barrendero, que al ver la enorme cantidad de basura, enrojece de indignación.
Más adelante, me encuentro de frente con el repartidor de folletos. El individuo parece seleccionar especialmente cada folleto que reparte en función del individuo al que se lo entrega. Los viandantes cogen el folleto y lo lanzan al suelo sin tan siquiera mirarlo. La situación me cabrea, no por que esa gente lance los folletos, ni tampoco por que los desprecien, sinó por que los aceptan sin motivo. Rápidamente me acerco al repartidor y le zarandeo mientras le exijo una explicación. El repartidor resulta ser repartidora. Es una chica que me suena. En un principio me parece conocerla de algo, luego, me doy cuenta que no la conozco en absoluto. La desconocida me lanza un montón de folletos a la cara y sale corriendo. La persigo sin detenerme a pensar si hay alguna razón para hacerlo.
La persecución me acaba llevando a un parque acuático. Entre la multitud pierdo a la chica de vista por completo. La veo, por pura casualidad, en una kilométrica cola para saltar por un trampolin monstruoso que parece ser la atracción estrella del parque acuático. Decenas y decenas de metros de altura sobre una piscina minúscula, de apenas unos centímetros de ancho y profundidad. La gente no parece darse cuenta del peligro, y, uno a uno, se van lanzando por el trampolín para empotrarse con el charco que hace las veces de piscina. Cuando, tras un par de colegialas que deciden saltar cogidas de la mano, le toca el turno a la repartidora, se lanza al vació sin vacilar, haciendo un salto con doble tirabuzón. Como todos los demás, se empotra violentamente contra el suelo mojado. Su cuerpo cae justo al lado del de una de las colegialas, el cuerpo de la otra esta a una veintena de metros, supongo que se soltaron durante la caída. Me enconjo de hombros, doy media vuelta y me voy. Dejo a mis espaldas un montón de cuerpos sin vida en remojo, mientras, la cola del trampolín sigue avanzando sin pausa. Salgo del parque acuático y veo llegar al barrendero, que al ver semejante estropicio, empieza a maldecir el sol entre gritos.
Una pesadilla muy entretenida, retorcida y divertida.
ResponderEliminarNunca me gustaron los parques acuáticos.
Seguramente Sigfrid hallaría una explicación a tu "sinrazón".
ResponderEliminarPero posiblemente no será la adecuada, tal vez tú puedas encontrar la explicación partiendo de tu ánimo.
Aunque probablemente no sirva de nada para tí, y únicamente proporcione entretenimiento para nuestra imaginación.