El amante de órganos

Era un hombre incompleto. Incompleto en cuerpo y alma; en alma desde que Verónica le abandonó, y en cuerpo desde que le operaron del apéndice. Lo de Verónica lo superaría, tarde o temprano, con psicólogos, pastillas, y mucho alcohol de por medio, pero terminaría por superarlo. Además, los yogures actuales te reparan el alma a la vez que la flora intestinal. Lo grave, lo realmente grave, era lo del apéndice. Su apéndice jamás regresaría por mucho que las cosas no le salieran bien. Y tampoco existía la posibilidad de poder encontrar un apéndice substituto que no le hiciera feos al sexo oral. Su órgano desapareció para siempre, y lo peor es que ni siquiera se despidió. Se fue de un día para otro, sin avisar, sin anestesia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario