Soñé
que escribía un libro, uno de verdad, de los que nacen de bolsillo y
no pasan de la pubertad. Soñé que escribía una obra de las que
viven y se jubilan en los rincones más polvorientos de los estantes
más oscuros de las librerías menos concurridas. Soñé que escribía
algo a lo que podía titular “El perrito que reía” sin necesidad
de hacer aparecer perrito o risa alguna.
Lo llamé El
ayer en erección, era un
tocho, y trataba sobre una violenta y espectacular invasión
alienígena que dejaba el futuro de la humanidad en jaque, y a la que
solo un carismático y joven grupo de ninjas de élite
podía hacer frente.
Peleas con espadas, persecuciones
con patines en linea, sangre - roja y verde- insultos en japonés, y
un montón de tentáculos amputados en cada párrafo. Pero eso era lo
de menos, lo vital era el mensaje que iba de incógnito. El alma del
libro se destilaba entre líneas. Casi medio millar de páginas de fuegos
artificiales, y todo era una cortina de humo. La bomba sentimental
aparecía difuminada entre los tajos en la garganta, las amputaciones
y las acrobacias imposibles.
El titiritero ( y auténtico
protagonista) de la obra era el maestro ninja, el viejo que dirigía
al equipo de héroes. Apenas aparecía en dos lineas, pero él lo era
todo. Se trataba de un hombre anciano, rabioso para con sus años de
gloria ya extintos. Años de gloría que tampoco fueron para tanto,
pero que el recuerdo magnificaba una barbaridad. El maestro se
jactaba de las cicatrices pese a no tener ninguna, y por ello
enmarcaba todas las tiritas que utilizaba cuando se pelaba las
rodillas, para constatar sus heridas invisibles. Aquel guerrero más
bien regular que antes aguantaba medio minuto sin respirar bajo el
agua, ahora se ahogaba al enjuagarse la boca. Aquel valeroso joven
que cazaba osos panda viejos y/o heridos con su espada desnuda, ahora
le tenía pánico a los triciclos y al velcro. El maestro había
envejecido cabreado con la vida y era un resentido de mierda, y por
ello instruía mal (a propósito) a sus alumnos, por el simple placer
de poderles corregir. Y todo ello se deducía mágicamente de su única línea de dialogo, cuando le preguntaba a uno de sus alumnos qué hora era.
Pero al final, en una situación limite en la que los extraterrestres están a punto de destruir la tierra gracias a una inesperada alianza con uno de sus experimentos fallidos -los pelirrojos-, el maestro aparece para salvar la situación, y para vencer sus miedos de pasada. Se enfrenta en un duelo a muerte con el rey de los aliens, que, cómo no, tiene velcro en lugar de piel y va montado en un triciclo volador. El libro terminá ahí, le siguen otras cuatrocientas páginas llenas de explosiones y desnudos orientales, pero el verdadero libro muere ahí, con la decapitación a cámara lenta del maestro ninja al intentar recuperar una gloria que jamás poseyó.
Pero al final, en una situación limite en la que los extraterrestres están a punto de destruir la tierra gracias a una inesperada alianza con uno de sus experimentos fallidos -los pelirrojos-, el maestro aparece para salvar la situación, y para vencer sus miedos de pasada. Se enfrenta en un duelo a muerte con el rey de los aliens, que, cómo no, tiene velcro en lugar de piel y va montado en un triciclo volador. El libro terminá ahí, le siguen otras cuatrocientas páginas llenas de explosiones y desnudos orientales, pero el verdadero libro muere ahí, con la decapitación a cámara lenta del maestro ninja al intentar recuperar una gloria que jamás poseyó.
Soñé que escribía un bodrio del cual aparecía una
crítica de destrucción masiva de veinte palabras en un periódico
local, junto al horóscopo y los crucigramas. Obviaba los improperios
(los tachaba con rotulador) y compadecía al redactor por su falta
de sensibilidad y por no saber captar los mil matices de mi truño. Utilizaba esa misma página de periódico para
forrarme unos calzoncillos de acero. En verano la tinta se
reblandecía y terminaba con la entrepierna morada. Pero no me
importaba porque la prueba de la batalla librada, de mi heroísmo de porcelana, seguía a salvo dentro de mi bragueta desteñida. Soñé que
desterraba al casi, al por poco, y me instalaba en el más o menos,
en el algo es algo.
no estoy muy segura de si yo leería el libro de "el perrito que leía"(con perdón del autor), pero el texto del blog me ha parecido in-cre-í-ble.
ResponderEliminarQue sueños más vividos...y poeticamente fantasticos que dan lugar a entradas en el blog como estas ...:)
ResponderEliminarMuy buenooooo!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminar