La monería


 
Supe que quería ser pintor en el mismo instante en el que desperté del coma de siete años en el que caí tras comerme dos cajas de lápices de colores. Desde ese día la tinta corre por mis venas. Y lo digo literalmente, que tras quitarme la sonda lo primero que hice fue beberme un bote de tinta para estilográficas. Y lo hice para quedarme tieso otra vez y volver al catre: en el sueño que tuve durante el coma era ya un pintor reconocido, y lo de empezar desde cero como que me daba pereza. El problema vino cuando la tinta alcanzó el cerebro y me dejó lesiones irreversibles tales como atrofia en los dedos y una pronunciación demasiado excelsa de la letra r, lo que me impedía sujetar los pinceles y pedir comida china para cenar. Con mi fulgurante carrera truncada antes de iniciarse, decidí secuestrar a un mono del zoo y amaestrarlo e instruirlo en el arte del garabato. La idea era convertirlo en el peludo instrumento de mi venganza sobre el mundo artístico en general y sobre todos aquellos que tienen un rumbo en particular. Dilapidé una pequeña fortuna en plátanos y témperas, pero finalmente logré que el macaco entendiera que el caballete no servía para masturbarse. Y con mi mono-pintor listo para la acción, me autoproclamé su representante y recorrí todas las galerías de arte del continente en búsqueda de una oportunidad. Supliqué y genuflexioné más de lo que puedo recordar (la tinta también me jodió la memoria, claro) pero finalmente una galería contrató a mi púgil. Y la noche de la inauguración, con todos esos los lienzos con trazo errático y más cubiertos de  orín que de pintura colgados en la pared, no pude más que sonreír por primera vez desde que me desperté de la siesta indefinida.  Y no me regodee porque fuéramos a vender ninguna obra, sino por la simple idea de imaginar la cara descompuesta del artista de turno que esa misma mañana había recibido una llamada en la que le informaban que su exposición iba a ser cancelada, y que le sustituiría un mono que intentaba desparasitar a cada crítico con fular que se le acercaba.

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