Bueno, no dramaticemos, tampoco seré yo la
primera en renegar de su destino. Tampoco seré yo la primera a la que le dan
repelús los circos. Que sea una mujer barbuda y forzuda con enanismo y
con una pigmentación en la piel que me hace parecer un payaso triste recién
maquillado, y que tenga una habilidad casi sobre natural para realizar
malabares y equilibrios encima de un cable ardiendo y/o electrificado a treinta
metros de altura, no quiere decir que quiera hacer carrera en el mundo del
circo. Me da absolutamente igual que desde que soy una cría consiga que
los leones bailen el tango o que los osos pardos toquen la trompeta con tan
solo chasquear los dedos. Digo bien alto que me da lo mismo que por una
mutación genética rara a la par que útil en caso de conflicto armado tenga una
barriga a prueba de balas de cañón, literalmente. Y que hasta los médicos me
hayan recomendado enjuagarme la boca con fuego tres veces al día para eliminar
las caries de la misma dentadura que me permite masticar cristales y por la que
introduzco sables cuando tengo ardor de estómago. Quiero decir que aunque posea
un montón de habilidades absurdas que me podrían hacer ganar una fortuna y un
reconocimiento sin igual dentro del mundo de la farándula, el asunto no me
interesa en absoluto. Yo no pedí ser una máquina de entretener. Lo mío es la
espeleología. Eso es lo que amo y a lo que quiero dedicar hasta el último de
mis suspiros. El problema es que lo circense me persigue. Ya me puedo ir a
una gruta perdida en lo más profundo del viejo continente, que antes de que
termine de colocarme el arnés y el casco de seguridad, antes de comprobar el
plano y marcar la ruta, empiezan a venir espectadores. No sé muy bien quién lo
hace, pero alguien monta una maldita carpa alrededor de ahí donde voy. Alguien
coloca una taquilla y un puesto de venta de palomitas en la entrada de cada
sitio al que accedo. Cada vez que giro la cabeza me encuentro a más público
instalado en las gradas, porque alguien se encarga de instalar gradas, por
supuesto. Y así no hay quien explore cuevas ni recoja muestras, así no hay
quien haga nada que no sea lo que el ADN quiere que haga. El problema,
como ya he dicho, es que lo circense me persigue. El problema es que el
espectáculo y la payasada corren por el interior de mis venas, y uno no puede
huir de su propio combustible.
* Replicado en negrita y a doble espacio en el otro bando. https://productovacio.wordpress.com *
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