Cetros de acero


Llegan buenas nuevas desde Nueva Colmena del Este, donde parece ser que por fin han logrado desactivar a su primer (y probablemente último) monarca androide.
Los fieles súbditos, cansados de las operaciones constantes de mantenimiento a las que su soberano se sometía debido a su avanzada edad y su elevada torpeza, decidieron apostar por la tecnología y utilizar los pocos fondos que restaban en las arcas del reino para convertir a su delicado gobernante de carne y hueso en un robot acorazado de titanio. La intervención duró tres agotadoras semanas y participaron en ella media docena de cirujanos e ingenieros, así como cuarenta mecánicos. El pueblo llano supo que la operación había concluido con éxito cuando se les habilitó una nueva conexión wi-fi gratuita, cuya fuente era el módem inalámbrico que su señor tenía ahora a modo de dentadura.
Al inicio todo el mundo estaba encantado con el nuevo e indestructible soberano barnizado en cobalto. Los vasallos podían apedrear a su mandatario sin que este saliera lastimado, y el propio rey disponía  para su disfrute personal de un práctico microondas alojado en la corona de marfil que tenía atornillada al cráneo. Pero todo se complicó cuando algún insensato decidió actualizar el sistema operativo del androide delante del que todos se inclinaban, y este perdió totalmente el control. El rey de metal pasó de visitar hospitales a demoler estadios de fútbol utilizando las bombas de racimo que disparaba desde su pecho desplegable y multiusos. Era mitad rey, mitad máquina, pero todo anarquía. No exageramos. Era impredecible, era el caos personificado en una figura propia del medievo pero que se perfumaba con gasoil. El autómata real tanto podía estrechar cordialmente la mano a un mandatario extranjero como calcinar a su séquito con el lanzallamas que tenía acoplado a su brazo derecho. Por desgracia, los reyes transformados en máquinas de destrucción masiva con cohetes a propulsión en las piernas, al igual que todos sus colegas reales sin implantes biotecnológicos en las nalgas, gozan de una impunidad casi absoluta en cuanto a castigos judiciales se refiere. Así pues, y ante la imposibilidad ya no de encarcelar o denunciar, si no siquiera de multar por exceso de velocidad al monarca, los habitantes de Colmena del Este decidieron trasladarse a otro continente hasta que a su caudillo se le agotara la triple batería de litio que le adhirieron a la columna.
Fuentes oficiales aseguran que el Rey cíborg había seguido desempeñando con absoluta normalidad sus funciones en su deshabitado y derruido reino hasta que se apagó sin más. En una de las últimas imágenes captadas por satélite antes de la desconexión se le puede ver claramente destruyendo infraestructuras con la misma sonrisa de hojalata con la que inauguraba orfanatos. 

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