Te digo que puedes estar tranquila, que nadie lo
descubrirá jamás. Te vuelvo a decir que uno no se dedica al contrabando de pelucas
durante tantos años sin aprender un par de trucos. Que sí, que lo de ocultar la
mercancía en orificios corporales está muy bien y soluciona problemas puntuales
con el exceso de equipaje, pero el verdadero secreto en el arte del trapicheo
está en las citas. En su programación, quiero decir. En establecer las entregas
con el cliente. El kit del asunto es encontrar el sitio adecuado y el momento
idóneo para cada transacción. La clave es la sincronización. Localiza el sótano
más clandestino de la faz de la tierra, que si eliges que el encuentro se
realice treinta y cuatro segundos después de la media noche, cuando lo óptimo
hubiera sido que fuera antes de desayunar, la habrás fastidiado. La habrás
fastidiado y el cliente no vendrá. O
peor aún, el cliente vendrá y tú no estarás ahí. No te aburriré con las muchas
variables que se tienen que tener en cuenta, ni con los complejos cálculos matemáticos que deben realizarse antes de decidir nada, pero esto es un poco así: El sitio
hace al momento y el momento hace al sitio. Una cosa lleva a la otra y la una
sin la otra no lleva a ningún sitio. Y ahí no hay brecha alguna, porque tenemos
el dónde y el cuándo perfectos.
Qué
dices? ¿Que qué pasa si las autoridades nos sorprenden con las manos en la
masa? ¿Qué ocurre si hay una redada o un chivatazo? Calma, que está todo
planeado. Si eres tú quien vienes hacía mí, fingiremos que te has desorientado.
Si soy yo el que va en tu encuentro, diremos que me he perdido. Si algo sale
mal alegaremos problemas cognitivos para justificar nuestra colisión
accidental.
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