Lo volátil

«Cuidado, que esto te puede desfigurar la cara». En mi casa, esa frase equivale a dar los buenos días. Sí. Cuando mi familia quiere decir cosas normales como «buen provecho» o «que descanses» o «te lo dije», lo que tú escuchas en realidad es: «Ojo, que eso te puede arrancar un brazo».

Si alguna vez vienes de visita y te cruzas con alguien que te dice «si no vigilas con aquello que se mueve entre las sombras, te quedarás impotente antes de los treinta», es que te está deseando buenas noches. Y lo cierto es que cuando vives en una central nuclear abandonada y reconvertida en adosado, la seguridad prima por encima de la educación. Cuando pasas la mitad del día en un sitio donde la cubertería es corrosiva, el felpudo radiactivo, y el papel higiénico cancerígeno, prefieres oír una advertencia macabra a recibir un beso en la mejilla. De verdad. Prefieres escuchar un «tan siquiera roza el jarrón de porcelana de la esquina y amanecerás paralitico» a que te arropen. Y toda esta jerga hipocondríaca tiene más de hermosa que de rara. Es más bonito que excéntrico que alguien cercano te recuerde que en cualquier momento todo lo que te rodea puede estallar. Que más pronto que tarde aquello que guardas debajo de la cama saltará por los aires y se estrellará contra el techo.

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